
Estando tan cerca de los 40 años, me he dado cuenta de que, a pesar de la experiencia y el crecimiento personal, todavía siguen existiendo mil inseguridades. No sé si a ti también te sucede, pero en mi caso, como mujer, siento que constantemente llevo sobre mis hombros una tonelada de responsabilidades: mi vida personal, mi trabajo, mi relación de pareja, mis compromisos emocionales... todo tiene un peso que, a veces, me resulta difícil de cargar. Siempre estoy buscando la perfección, no solo en lo que hago, sino también en cómo me manejo en cada una de esas áreas. ¿En qué momento me volví tan controladora?
Siempre quiero tener un plan A, B y C para cada situación. Eso me ha llevado a un punto en el que a veces me siento tan abrumada, tan agotada, que mi ansiedad sube de nivel sin previo aviso. Es como si estuviera atrapada en una rueda que no para de girar. Y, aunque sé que es parte de la vida adulta, a veces solo quiero escapar de todo, huir de la presión y de la constante necesidad de cumplir con expectativas que solo existen en mi cabeza.
Hace unos meses, viví una de las experiencias más aterradoras de mi vida. Empecé a sentir una comezón intensa en mi cuerpo, algo tan extraño que me llevó a visitar varios médicos: dermatólogos, médicos generales, etc. Al principio, me diagnosticaron con "Pitiriasis rosada", me dieron un tratamiento, pero la comezón no paraba. La sensación de desesperación crecía. La situación empeoró y decidí ir al hospital, donde me hicieron una serie de estudios exhaustivos. El diagnóstico que recibí fue aún más desconcertante: algo autoinmune. Los médicos me dijeron que no había nada que tratar, que no era grave, pero que debía tomar medicamentos que destruirían mi sistema inmunológico para “regenerarlo” y, con suerte, eso disminuiría el problema. (la imagen que se puedes ver aquí, es como estaba mi cuerpo)
Te confieso que el miedo me invadió por completo. El simple hecho de saber que mi cuerpo estaba enfrentando algo tan complejo me aterraba. Nosotras decidimos buscar otras opciones y, de la mano de mi terapeuta y otro dermatólogo, empecé a explorar un enfoque más integral. Con el tiempo, afortunadamente, la comezón desapareció. Los médicos nunca supieron exactamente qué fue lo que ocurrió. Lo único que sé es que, en un mundo tan ajetreado, tan lleno de demandas y expectativas, todos queremos cumplir con todo, hacer todo a la perfección, y a veces olvidamos lo más importante: nuestra salud emocional y física.
Este episodio me enseñó una lección importante: el cuerpo siempre nos habla. Vivimos en una constante presión por tener todo bajo control, y esa ansiedad, esa necesidad de controlar cada aspecto de nuestras vidas, termina manifestándose de formas muy reales y dolorosas. Gracias al trabajo con mi terapeuta, he aprendido a gestionar mejor mis ataques de ansiedad. He comprendido que la terapia psicológica no es solo una herramienta útil, sino esencial para sanar y encontrar el equilibrio en medio del caos que a veces nos rodea.
Hoy en día, sigo trabajando en mí misma. No tengo todas las respuestas, ni quiero tenerlas. La perfección, como aprendí en este proceso, no existe. Vivir con un corazón vivo, como dice el nombre de este blog, significa permitirte sentir, permitirte ser vulnerable, y sobre todo, aprender a cuidar de ti misma en todos los aspectos.
Es por esto que creo firmemente en la terapia psicológica: porque nos ayuda a sanar, a entendernos y, sobre todo, a aprender a gestionar todo lo que sentimos. Si estás pasando por algo similar, o si sientes que la ansiedad está tomando control de tu vida, te animo a que busques el apoyo que necesitas. No tienes que cargar con todo sola.
Añadir comentario
Comentarios